lunes, 6 de abril de 2015

El Ángel Roto

No lo entiendo, nunca los entenderé, cómo los humanos se fallan los unos a los otros y así mismos, rompiendo su palabra una y otra vez. Solo quieren vivir deprisa, adictos a los sentimientos, al sexo, al engaño, a la mentira y el poder. 
Envidiosos por naturaleza, no les importa el dolor ajeno y aunque la culpabilidad y el arrepentimiento les atormente durante un tiempo, finalmente vuelven a las andadas. 
Yo bajé del cielo esperando encontrar un vergel de bondad en este mundo, pero no hicieron más que arrancarme las alas y dañar mi corazón una y otra vez. Algunos me prometían amor eterno y después me engañaban. Otros prometieron cuidar de mí hasta el fin de sus días y después me maltrataban. Me enamoré una y mil veces y todos, uno por uno, me fueron fallando.
Caí en la cuenta de que en ese lugar no apreciaban la bondad, lo único que importaba era la apariencia, el dinero, la belleza, el poder, nada que a mí me importara, pues no lo entendía.
Yo solo apreciaba el amor, la piedad, la amistad, la comprensión, pero nadie apreciaba esto en mí.
Decidí alejarme de todo desconfiando de esos seres. No quería que me volvieran a dañar, me negaba a sufrir, pero a la vez sufría por mi soledad, por todo el amor y la confianza que deposité en ellos y que no me fue devuelta. Llegué a la dolorosa conclusión de que en este mundo nada es lo que parece, nadie es quien dice ser, y que por lo tanto, si quería ser feliz, la única persona en la que debía confiar era en mí misma.
¡Entonces sucedió un milagro!
Cuando comencé a confiar en mí, empezaron a aparecer a mi alrededor gente buena, de palabras sabias, amables y cariñosas. Seres auténticos con un objetivo noble en su vida y dispuestos a compartir sus vidas y su corazón conmigo.
-¿Dónde estabais escondidos?
-No nos escondíamos-dijeron-Es que tú nos buscaste en el lugar equivocado. ¡Tu actitud no te lo permitía!
Y nunca más me volví a sentir sola ni herida.

Por Amrit Nam Kaur