Si hablamos de yoga resulta inevitable mencionar el nombre de Indra Devi, de la misma manera que en cualquier texto sobre psicología nos aparece citado Freud, o de Física, Einstein.
La epítome contemporánea del yoga llegó al mundo un 12 de mayo de 1899 en Letonia, más precisamente en la ciudad de Riga, y se fue de él, con 102 años, un 26 de abril de 2002, hace casi una década, en Buenos Aires.
Su nombre verdadero era Eugenie Peterson, pero fue mundialmente conocida como Mataji Indra Devi, primer nombre que refiere en la significancia sánscrita al vocablo “madre”. La suya había sido partícipe del señorío feudal ruso, y su padre, era nativo de Suecia. Ya desde chica Indra se sintió atraída por la filosofía oriental, en particular la de la India, merced a su erudición y espiritualidad.
En 1920 emigró a Alemania, donde viviría varios años (los de la culturalmente esplendorosa Alemania previa al ascenso barbárico del nazismo) y recorrería las más importantes ciudades europeas. La “dama del yoga”, como le decían a Indra, vivió una buena parte de su existencia en la tierra madre de la disciplina: la India, donde llegó por vez primera en 1927, y fundó allí una escuela de enorme reputación y con ramificaciones en todo el mundo.
Su llegada al yoga se había dado de una manera, por entonces, muy particular. La habían curado de un problema cardíaco a través de ejercicios yóguicos cuando ella ya pensaba que la Medicina la abandonaría a un dolor eterno.
Después de la Segunda Guerra Mundial, ya viuda, se fue a vivir a California, donde al poco tiempo se convirtió en maestra de algunas divas del cine norteamericano, como Greta Garbo, Rita Hayworth y Gloria Swanson. Además, escribió cerca de diez libros sobre la práctica.
De ahí en adelante, se sumergió de lleno en el oficio y empezó a dar coloquios y pláticas sobre el asunto, hasta convertirse en la primera mujer de Occidente que enseñó el yoga en el otro hemisferio. Luego, abrió la primera academia que hubo en China, cuando se fue a vivir allí a razón de un traslado laboral de su por entonces primer consorte. Conoció, por esos tiempos, a Ghandi, y fue una profusa admiradora del Sai Baba.
Realizó, en la segunda mitad del siglo veinte, un vasto recorrido por toda Latinoamérica difundiendo y a su vez extendiendo la práctica del yoga y su filosofía. En 1982 se estableció en Buenos Aires, y cinco años después fue nombrada en Uruguay presidenta honorífica de la Federación Internacional de Profesores e Instructores de Yoga y de la Confederación y Unión Latinoamericana de Federaciones Nacionales de Yoga. En 1988 creó su famosa Fundación, la cual lleva su nombre, y que aún hoy enseña yoga a miles de concurrentes. Indra fue siempre una beata creyente en el karma. Aún en sus últimos días se cruzaba de piernas con una elasticidad propia de una adolescente.
Indra Devi fue una mujer alegre y jovial; vegetariana ortodoxa. Creía profundamente en Dios. Y dicen que siempre miraba a los ojos cuando hablaba.
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