miércoles, 3 de agosto de 2011

LA ETERNA BÚSQUEDA


Hace tiempo que vivo aquí, al principio solo siendo gestada. Después fui más allá, siendo consciente de que nazco y muero, nazco y muero, nazco y muero; No todo el mundo sabe esto.
Un día nací en una grandiosa civilización. La primera y más grande de todas las civilizaciones. La tierra del río caprichoso, el Nilo. La tierra de las pirámides y las tormentas de arena, la tierra de los gatos, y los ritos mortuorios. Aún recuerdo el olor de los perfumes y ungüentos. . .
Aprendí muchas cosas, y muchos secretos que habían de ser revelados.
Más tarde nací en la India, en Tibet, en la antigua Tenochtitlán, en China. Secretos acumulados siglo tras siglo, y olvidados con cada muerte y reencarnación.
Y cuanto más evolucionaba la humanidad más sed tenía mi alma, intentando recordar lo irrecordable, lo que había sido olvidado en el umbral de la muerte y la vida. Pero seguía naciendo sin conocimientos. Sin embargo, una poderosa intuición me decía que algún día podría ser capaz de recordar todas aquellas vidas y cada uno de sus secretos.
No hacía más que estudiar, buscar, leer, y cuantos conocimientos almacenaba siempre tenía la sensación de haberlos aprendido con anterioridad. Ciertas danzas, ciertas artes, ciertos poemas. Empecé a investigar sobre mis dones naturales. De donde procedían, cuáles eran sus raíces, quien los inventó. . . ¿Cómo era posible que se me dieran mejor las disciplinas ajenas a mi país y a mi cultura? ¿Por qué entendía y me identificaba más con las filosofías del oriente siendo una occidental? Mucha gente afirmaba que mi obsesión por estas culturas no era más que una moda pasajera. Yo no lo creo ni lo creí nunca así.
Yo lo quería saber todo de esas tierras, de sus gentes, y sus costumbres. Estaba encandilada por toda aquella sabiduría arcana y, a diferencia de otras personas, que cogían con fuerza este camino, al cabo de los años, e incluso meses, lo abandonaba, pasaba de moda, y ya solo querían vestir ropas bonitas, comprar caros perfumes y ganar reality shows.
Llegó un momento en que nada llenaba mi alma. Todo era superficial y monetario, egoísta y competitivo. . . yo buscaba algo más.
Muchas noches alzaba mis ojos hacia el firmamento, deseando no estar sola, imaginando que otra forma de vida se hallaba formulando el mismo deseo que yo, desde un planeta lejano de la galaxia. “Ojala vinieran a buscarme”, pensaba.
Hubo una temporada en la que deseaba regresar a casa para siempre y no reencarnarme jamás. Mi alma sufría cada vez que olvidaba los saberes del pasado y volvía a nacer indefensa. Deseaba estar con la luz a toda costa, pero ella siempre terminaba devolviéndome a la vida.
En una ocasión le pregunté con fuerza “¿Por qué? ¿Por qué me alejas de ti? ¿Déjame estar contigo” –“La vida es un regalo”- Me contestó una voz maternal.
Finalmente me di por vencida, andando por el mismo mundo una y otra vez como alguien que ha fingido perderse en su propia casa. . .
Uno de esos días, caminando por la calle de los museos y ministerios, me paré a mirar la fachada de un edificio. Era una de esas imitaciones de panteón griego, en miedo de una ciudad moderna. Sus columnas eras de capitel corintio, con adornos de hojas, y en el panel central de la cornisa había talladas unas serie de figuras humanas femeninas y masculinas vestidas con toga y coronados con hojas de laurel y flores.
Conquistando el pico de la cornisa, había un ángel con las alas desplegadas y los brazos en alto, mirando al cielo con los cabellos despeinados, parecía que iba a salir volando de un momento a otro.
No recuerdo cuanto tiempo permanecí observando aquella estampa, estaba absorta. . . hasta que sentí como alguien pasaba junto a mí y se dirigía a la entrada del edificio. Era un hombre vestido con unos vaqueros negros y un jersey de lana blanco.
No sé porqué pero no podía dejar de seguirle con la mirada. De repente se dio la vuelta y se quedó mirándome seriamente.
Era muy alto, moreno, y delgado. Su rostro presentaba rasgos árabes y sus ojos eran negros y profundos.
Me sentí muy rara al ser observada por aquél serio individuo. Sin embargo tenía una gran curiosidad por saber quién era.
El hombre, sin dejar de mirarme, subió un escalón de la entrada muy lentamente. En ese momento mi cuerpo reacción dando un paso rápido hacia delante como si temiera que el hombre se fuera. Continuó mirándome, y de nuevo dio otro paso. Yo avance de nuevo. Me sentía como un perro abandonado intentando encontrar un nuevo amo.
Y sin saber porqué, me sentí confiada, y seguí caminando. Pasé por delante él y entré en el edificio. Después él me siguió y cerró las puertas.
El interior del hall era de madera: el suelo, las dos escaleras que subían hacia un rellano central, iluminado por un ventanal con una vidriera de colores que formaba el dibujo de una llave dorada.
El hombre se acercó y yo le miré dubitativa. ¿Qué era aquel lugar?
Una estruendosa campana empezó a sonar y al cabo de unos segundo el hall y las escaleras se empezaron a llenar de personas, niños, adultos, ancianos y jóvenes, todos ellos portaban, mochilas, bolsas de deporte, libros, cuadernos. Muchos se saludaban al cruzarse, pero el hombre y yo seguíamos parados en medio del gentío. La campana volvió a sonar y todo el mundo corrió por las escaleras y por los pasillos situados a ambos lados de la entrada, hasta que el lugar quedó nuevamente vacío.
El hombre dio un paso más hacia mí.
-Mi nombre es Ramsés. Bienvenida a la Universidad Metafísica. Desde hoy seré tu tutor. 

 Amrit Nam Kaur





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