Era una mujer que nunca perdía nada y así lo hacía conocer a los demás, diciendo jactándose: – La verdad es que yo nunca pierdo nada.
Esa es la verdad.
El hijo de esta mujer estaba un poco harto de escuchar la misma aseveración de su madre, sobre todo cuando él, que era muy distraído, perdía muchas cosas. La madre le repetía constantemente: – Hijo, sé más atento. Yo no pierdo nada; nunca pierdo nada. El hijo pensó: “Si mi madre alguna vez perdiera algo no tendría que estar siempre escuchando que no pierde nada”.
Entonces cogió un anillo de oro de la madre y un día lo tiró a las aguas de un río. Satisfecho se dijo: “Cuando mi madre descubra que ha perdido el anillo, ya nunca podrá volver a decirme que no pierde nada. ¡Menos mal!” Unos días después, la mujer, que seguía fielmente las enseñanzas de Buda, invitó a comer a algunos de los discípulos del Iluminado. Antes había mandado a uno de sus criados a pescar al río.
Cuando empezaron a comer descubrieron, al abrir uno de los peces, que allí estaba un anillo, que era, obviamente, el de la dueña de la casa. La mujer entonces dijo: -Yo no pierdo nada; nunca pierdo nada. Cuando los discípulos comieron y se dispusieron a regresar junto al Buda, el hijo de la dueña de la casa insistió en acompañarlos. Quería hacer una pregunta al Maestro. Ante el Buda, el joven comentó: – Señor, mi madre nunca pierde nada. Estoy intrigado, porque cómo es posible que una persona en toda su vida jamás pierda nada. Yo, en cambio, me paso los días perdiendo cosas.
El Bienaventurado sonrió. Habló así: – Todo tiene su razón de ser, amigo mío. Hoy vas a descubrir quién era tu madre en una anterior existencia. Ella vivía en un pueblecillo en las montañas. Era ya una mujer anciana y muy pobre, cuando los habitantes de la zona, al llegar el crudo invierno, decidieron ir al valle para no tener que soportar tan inclementes temperaturas. Pero la mujer tuvo que quedarse allí y se refugió en la cueva de un asceta. Le dejaron a su cuidado las escasas posesiones que cada uno tenía y ella durante los meses de invierno las custodió cuidadosamente. Cuando volvieron las gentes, les dio a cada uno lo suyo. Por tales acciones le ha correspondido a esa mujer, en esta vida tu madre, no perder nunca nada.
EL SABIO DECLARA: A LAS CAUSAS SIGUEN SUS EFECTOS, A LAS ACCIONES SUS REACCIONES, A LOS ACTOS SUS CONSECUENCIAS.
excelente bolg,felicidades y gracias por compartirlo.
ResponderEliminarGracias a ti.
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