Había una vez una persona tan buena, tan buena, tan buena, que estaba empeñada en cambiar el mundo por el bien de la humanidad. Así que un día se lió la manta a la cabeza y salió a la calle para llevar por el buen camino a cualquier persona que no obrara bien.
Se cruzó con un hombre que se estaba tomando una copa en un bar y le convenció de que el alcohol era malo, luego se cruzó con un fumador y le dijo que el tabaco mataba, con unos jóvenes que se estaban comiendo una hamburguesa y les sermoneó sobre lo malo e incorrectamente ético que era comer carne, a una madre que estaba retirando el envoltorio de una piruleta y dándosela a un niño le advirtió que el azúcar era veneno puro. Y así, poco a poco fue convenciendo a todo aquél que se cruzaba con él de lo erróneo de sus vicios, hasta cruzarse con un niño que se encontraba arrancando unas flores en un jardín.
-¡Niño, no arranques flores! ¡No ves que ellas también tienen derecho a vivir!
El niño de repente se tornó pálido y se echó a llorar desconsoladamente.
-¿Pero por qué lloras? ¿Es porque te has dado cuenta de tu mala obra?
-No señor, lloro por usted.
-¿Por mí?
-Sí, porque cuando le diga por qué estoy llorando, usted se va a dar cuenta de que el que ha obrado mal es usted. Así que, como no quiero que se sienta mal no se lo diré.
Y el niño se alejó por un caminito ante la atónita mirada del hombre. Este, muerto de curiosidad, decidió seguir al niño hasta que vio como entraba en un cementerio y se arrodillaba ante una tumba para luego decir.
-Lo siento mucho mamá, sé que te prometí que te traería flores todos los días, pero hoy me he enterado de que esta mal arrancar flores porque ellas también tienen derecho a vivir.
En ese momento, el hombre se dio cuenta de su error. Tan obcecado estaba en que todo el mundo obrara correctamente que olvidó que no todas las cosas son malas, ni siquiera las personas. Empezó a pensar en la madre que le ofreció la piruleta a su hijo, "¿Y si era un premio por portarse bien?". Se acordó del fumador, "Si era su decisión, ¿Quién era yo para decirle nada?" Y del bebedor "¿Y si estaba ahogando sus penas y yo en lugar de preguntarle el por qué hacía eso, le dije que no lo hiciera?
El hombre se fijó en su propio mal, el intentar cambiar a la gente bajo su propio criterio, sus cánones de perfección y sus puntos de vista. Pero, aunque compartamos ideales, no todos somos iguales, y hemos de aceptar al vecino tal y como es, pues en eso se basa la paz, la convivencia y el amor.
Amrit Nam Kaur
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