Los antiguos maestros eran profundos y sutiles.
Su sabiduría era insondable.
No hay forma de describirla;
lo único que podemos describir es su presencia.
Eran cautelosos
como quien cruza un arroyo helado;
alertas, como un guerrero en territorio enemigo;
atentos, como un huésped;
fluídos, como el hielo derritiéndose;
modelables, como un leño.
Receptivos, como un valle.
Claros como un vaso de agua.
¿Tienes paciencia de aguardar
a que tu fango se decante y el agua sea clara?
¿Puedes permanecer inmovil
hasta que la acción justa aflore por sí misma?
El Maestro no aspira a la plenitud.
Sin aspirar, sin expectativas,
está presente y a todo da la bienvenidad.
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