Un inspirador cuento en verso del buen amigo Tio Car.
¡¡¡Que disfruten!!!
Había una vez un ser humano que
si estornudabas te ofrecía su sueter.
Un ser humano que
solía comprar droga y tirarla al váter.
Érase una vez un ser humano que
domiciliaba media nómina en una O.N.G.
Un ser humano que
daba clases de evolución a los chimpancés.
Había una vez un ser humano que
te regalaba un telescopio si apagabas la tele.
Un ser humano que
pagaba a las putas por estudiar en los burdeles.
Érase una vez un ser humano que
provocaba a los violadores para que se desfogaran con él.
Un ser huamno que
dejaba cuencos de leche en su balcón a los extraterrestres.
Había una vez un ser humano que
jugaba al futbolín con el portero del revés.
Un ser humano que
te despistaba y sacaba sus piezas del ajedrez.
Érase una vez un ser humano que
si le pisabas un pie, exclamaba sonriente: "Amén".
Un ser humano que
puntuaba una mierda, y le daba un diez.
Había una vez un ser humano que
en otoño pegaba flores de plástico en los árboles.
Un ser humano que
prestaba sus dedos como chupete a los bebés.
Un buen día sus vecinos empezaron a pensar
que había algo diabólico en su perfecta bondad.
Había algo indecente en tanta decencia.
Y es que los buenos ejemplos nos ponen en evidencia.
Y lo crucificaron boca abajo.
Y en su agonía el fulano gritó:"¡Donad mis órganos!".
Y así fue como empezó la lluvia de escupitajos.
Y una vieja le clavó una escoba en el costado.
Y lo crucificaron boca abajo.
Y en su agonía el fulano gritó: "¡SOY VUESTRO, HERMANOS!".
Y en su último suspiro susurró: " ..os amo".
Y cubrieron el cadáver de puñetazos.
Un buen día sus vecinos empezaron a contemplar
todos sus vicios de relieve ante aquel aura virginal.
Había algo perverso en tanta inociencia.
Y es que los buenos ejemplos nos ponen en evidencia.
Y lo crucificaron boca abajo.
Y en su agonía el fulano gritó:"¡Dondad mis órganos!".
Y así fue como empezó la lluvia de escupitajos.
Y una vieja le clavó una escoba en el costado.
Y lo crucificaron boca abajo.
Y en su agonía el fulano gritó:
"¡Dad a los pobres mis trastos!".
Y en su penúltimo suspiro susurró: "qué guapo..".
Y cubrieron el cadáver de puñetazos.
Allí hubo más que navajazos.
Y sus restos arrestaron
y los fusilaron.
Y su maldito recuerdo
excomulgaron.
Y a la calle donde vivió
el nombre cambiaron
por "Calle del Santo
hijo del Diablo."
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