Se trataba de un joven erudito, arrogante y engreído. Para cruzar un caudaloso río de una a otra orilla tomó una barca. Silente y sumiso, el barquero comenzó a remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surcó el cielo y el joven preguntó al barquero: 
  --Buen hombre, ¿has estudiado la vida de las aves? 
  --No, señor -repuso el barquero. 
  --Entonces, amigo, has perdido la cuarta parte de tu vida. 
  Pasados unos minutos, la barca se deslizó junto a unas exóticas plantas que flotaban en las aguas del río. El joven preguntó al barquero: 
  --Dime, barquero, ¿has estudiado botánica? 
  --No, señor, no sé nada de plantas. 
  --Pues debo decirte que has perdido la mitad de tu vida -comentó el petulante joven. 
  El barquero seguía remando pacientemente. El sol del mediodía se reflejaba luminosamente sobre las aguas del río. Entonces el joven preguntó: 
  --Sin duda, barquero, llevas muchos años deslizándote por las aguas. 
?Sabes, por cierto, algo de la naturaleza del agua? 
  --No, señor, nada sé al respecto. 
No sé nada de estas aguas ni de otras. 
  --¡Oh, amigo! -exclamó el joven-. 
De verdad que has perdido las tres cuartas partes de tu vida. 
  Súbitamente, la barca comenzó a hacer agua. No había forma de achicar tanta agua y la barca comenzó a hundirse. El barquero preguntó al joven: 
  --Señor, ¿sabes nadar? 
  --No -repuso el joven. 
  --Pues me temo, señor, que has perdido toda tu vida. 

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